Silencio.
Caminá por mis brazos,
haceme caso.
¡No digamos nada!
¿Para qué?
Quiero que la tinta
me dirija a donde realmente
busco,
que los cabellos
en mis hojas
sean terreno del último y
primer momento,
coros anglicales
entre gritos de desesperación,
como si uroboros terminare
de comerse
a sí mismo,
al instante del último bocado.
¿Qué pasa al
terminar su banquete?
¿Qué pasa tras la
pregunta?
¿Qué pasa tras la respuesta?
Ósmosis en mis dedos cansinos
por la tensión
con mi tendón
y la voluntad,
primigenia,
reveladora,
aspirante a escultora si su
maestro fuere Míguel Ángel,
¿qué escultura subyace este
líquido?
Me cuestiono y lo recuestiono
solo por el mero hecho de
no poder
responder.
Alquimista lirical,
artista que intenta transformar
al tiempo
en oro,
vano,
iluso,
nimio,
como lo humano.
A veces quisiera
huir de la cárcel de imágenes y recuerdos,
para entra en la
cárcel de piel.
¿El autómata es
autómata si no puede ser otra cosa?
Quisiera que lo que les
cuento sea una obra de arte en si misma. Nunca más lejos, nada tan lejano, como
una declaración de intenciones. Podrían llamarme el esclavo del oxímoron.
Una máquina de escribir sin
tinta, el tenue humo del sahumerio, fucsia, por supuesto, como todo lo suyo, el
leve cosquilleo al sentir acercarse el calor al rostro, bajo la citadina lluvia
en la cosmopolita Buenos Aires.
Compenetrados, obnubilados
ocupados cada uno en lo suyo, lo nuestro, dos microcosmos en fricción, sin más mediador
que Fiona, silente, delicada, atigrada, contemplativa, más allá de lo que
alguno de nosotros jamás podría llegar a estar.
A veces la lluvia
golpeteando el techo y las paredes me hace imaginar ejércitos de duendes.
El abrigo se cae, sabe que
le toca descansar por unos meses; pobrecito, se aburre.
Inténtome distraer con la
sentida intensidad de sus dedos luchando con las teclas, los gruñidos, fabulando
onomatopeyas, los visibles e invisibles gestos en su cara, invisibles porque no
la miro, visibles porque imagino. La descripción de un escenario de película.
En esos tiempo, imposible
decir si aún sigue siendo así, me fascinaba despersonalizarme, ver espacio en
tercera persona e imaginar que estaba dentro de una película; lo importante no
era el guión, no, no, sino la estética, visualizar las tomas, los ángulos, las
sensaciones, la psicología de las imágenes. Siendo eterno romántico, necesitaba
matizarme en barroco.
He aquí la libertad:
A punta de cuchillo rasgando,
asesinando, vomitando,
volcando sobre la hoja
ojalás,
porqués,
qués,
cómos,
cuándos,
dóndes,
erases,
fueses,
hizos
y más
y mal que pese
heme aquí
frente a jueces
hechos de “ces”,
“eses”
y demases.
Pero entrégome,
como con la mirada,
nada,
que esconder ni mostrar,
nada,
como cara a cara
con Dios,
o
con Vos,
o
con los Dos,
o
con polvos, total,
todos somos cosmos.
Intensificate,
me ruge una voz,
Ares grítome:
“mátalos”,
y aca voy.
Acabo con todo
y vuelvo a apaciguarme;
el agua puede quemarme,
ensuciarme:
adoro,
simplemente adoro el ridículo,
el santo sinsentido.
Acá estamos los hijos de “Dios ha muerto” y “Hay alguien en mi
cabeza y no soy yo”. ¿Qué hemos hecho de nosotros?
Peces de pecera,
agua de burbujas,
animales de zoológicos.
Son mórbidos y lógicos
los silogismos
que nos mantienen en la casa de los espejos.
Oscilo entre micro y macro.
(debe ser culpa de Macri)
Como todo y como siempre,
haciendo a base de golpes,
repiqueteos,
me llena de “theos”,
me entusiasma.
¡Ah! Me olvidé del mate. Justo recordatorio de que no todo entra
en las manos…
¡y bue! Otra vez será.
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