Deberías saber que
cada momento que viví contigo fueron únicos. Una manía obsesiva me mantiene
arraigado al pasado que me grita constantemente, haciéndome dudar del presente,
intrínsecamente atravesado por esa falta, ese vacío, que todos los días me hacer
buscar(te) donde no hay otra cosa que nada y más nada, o tal vez es un todo
demasiado amplio, no lo puedo ver. El todo es más que la suma de las partes.
Por momentos tengo la
sensación de haberte visto ya, en otro lado, en otro momento, en otro yo y otro
vos, entre sueños y canciones que no comienzan ni terminan y así como las
escuchás se te están yendo de las manos al mismo infinito, al mismo todo, y
tiemblan los cuerpos ante la sensación de plenitud, iluminación, nacimiento,
muerte y resurrección. Pero sin embargo estas allá, a lo lejos, en un sitio
nublado de conjeturas y lejanía. Una cadena me ata al cuello y me sigue
arrastrando, obligándome a mirar, forzándome a contar lo que no se puede
contar, aunque intente con toda mi fuerza cósmica, no puedo traducir lo que
sucede cuando tu existencia en el plano entra en conflicto con mi presencia
ausente.
Una fuerza magnética
compuesta por dos polos, igual de fuertes, pero opuestos, cada uno es el exacto
reflejo del otro, la otra cara, la imagen que muestra y la que esconde, con la
extraña certeza de saber que existe algo que lo atraviesa, cierta unicidad,
cierto hilo azul invisible e infinito que los ata, los mantiene tan juntos como
separados. ¿Qué hay en esa rabia que no sea amor? ¿Qué hay en esa fuerza que no
sea dolor? ¿Qué hay en esa seducción más que soledad? Pero… ¿qué hay en esa
tranquilidad que no sea locura? Y en esos ojos… ¿qué hay que no sea muerte?
Hojas amarillas, reminiscencia
del futuro pasado, tenue aroma diluido de la taza de café, eternidad, delicada
aspereza, soledad, individualidad ¿Qué soy? Yo ¿quién soy yo? Nosotros, todos,
nadie. El cortante viento silba el ventanal.
Basta.
No puedo ser la
invitación al deseo. No quiero ceder a la vanidad. No debo decir que sí.
Basta.