domingo, 5 de julio de 2020

Sobre la decadencia




Hoy los jóvenes no son como antes, oigo al pasar frente a la Academia, y me quedo pensando en ello mientras doblo por la Avenida Corrientes y prosigo mi camino. Pienso en lo evidentemente contrastante en la construcción de aquella oración, contraste invisible para su locutor, ya que los jóvenes hoy nunca, y permítame enfatizar en esto, nunca, serán como antes. Siempre cambiantes los jóvenes de hoy, como aquellos de Charly García, y siempre tan de hoy. La búsqueda del ayer en el hoy es una banalización del presente, hábito tan recurrente de los añorantes de pasado, acaso añorantes de juventudes perdidas, disueltas como el agua en el agua. Y heme a mí, quien añora el futuro en cual añoraré el pasado, anticipando mí siempre desvaneciente juventud, siempre ida, siempre yéndose, volviéndose hacia el ayer desde el hoy, movimiento ineludible para mis ojos, mi alma, tan sensual, tan hipnótico.

Discutía ayer con Luis respecto de la actual valorización de una estética de la decadencia: año 2020, treinta años ya de la caída de los muros y del, ya en otrora incesante, avance de la globalización, y su mutación en un indudable arraigamiento en las manifestaciones de la época, treinta años ya de cuando creímos -nos dijeron- el fin de la historia, la muerte del arte, del ya está todo inventado, todo dicho, todo hecho; los ecos del imperial siglo XX retumbando en oídos de los trémulos, deshechos ante las trompetas, los bombos, las bombas; a veinte nada más del Internet, el Y2K, de la caída de los torres y las nuevas viejas nubes grises en el desierto árabe, la promesa de un valiente mundo nuevo brota de nuevo, la US PATRIOT, la ley antiterrorista y la pesadilla de Orwell metida dentro de la pesadilla de Huxley. El auge y caída de las libertades individuales –la ley del cielo-, atentados en Madrid, Buenos Aires y donde dé el sol, y ahora la amenaza roja se pone un burka y se hace invisible; los controles en los aeropuertos, las preguntas sobre si planeas hacer atentados en Estados Unidos. Y los niños que rieron en Woodstock lloraron Columbine y culparon a la música. Mientras el mundo se bañaba en oro y su imagen en el espejo, la opulencia, en Argentina, el Corralito, quien dio dólares recibirá dólares, cinco presidentes en una semana, y Cordera -quien en ese momento todavía era de los nuestros- mandándolos a todos a la concha de su madre, que ahora qué, que qué nos queda; a contramano del mundo volvíamonos hacia dentro, a juntar los pedacitos y empezar de nuevo, la década de los hijos y nietos de desaparecidos, construyendo su utopía y Nunca más y el que no salta es militar.

¿Afuera? Britney Spears primera en las listas y Madonna estudiando la Qabalah, una bomba gestándose en el mercado bursátil que nadie ve, que nunca pasó, que nunca va a pasar. El hip-hop, en otrora lleno de juventud, de ira, de enfado y desinteresada rebeldía, se lava la cara y Black Eyed Peas, Lil Wayne; Kanye West y Jay Z, promesas de barrio ayer, instituciones del hoy; por debajo del águila, el condor baila reggaetón de la mano de Daddy Yankee, y todo va bien hasta que crack, y acá aguantamos bien, pero afuera está todo mal, y cuando volvía del colegio y colgaba el  blanco, pristino, guardapolvo llegaban noticias de Grecia, y algo del default, y algo de que Alemania y la deuda, y cambiaba de canal y era la Franja de Gaza, y David que se volvió Goliath como los vencidos volvieronse vencedores.

Y lo que iba hacia afuera empezó a virar hacia adentro, tan lentamente que no nos dimos cuenta, porque nosotros queríamos seguir la fiesta, queríamos seguir bailando, pero mientras bailábamos nos olvidamos que los monstruos seguían en el armario, y si nadie los veía, algún día iban a salir, y quizás, solo quizás, si entonces hubiéramos sabido mejor, tal vez hoy… pero no, solo son conjeturas, y si pensás mucho no te vas a casa con la piba, ¿y por casa cómo andamos? ¿Cómo va esa utopía de los hijos del vació? Cayendo, decayendo, pendulando entre un pueblo fascinado y la Barrick Gold, entre la juventud que volvió a creer que la política no era una mala palabra y con la mano izquierda, zas, ley antiterrorista, y nosotros, los más chicos, que tanto reímos, que tanto caminábamos con el tuerto y¿ qué te pasa Clarín? ¿Estás nervioso?, y que aprendíamos con 678 que el periodismo suele mentir y siempre hay una bajada de línea editorial, que siempre un interés, ya no comprábamos tanto, que acá se está pifiando, y entonces la esperanza de una nueva izquierda, no tan ortodoxa como el troskismo, más flexible en sus formas pero tenemos el mismo sueño, el mismo cielo y todo iba ahí, más o menos, tirando, hasta que de vuelta zas, vuelve el liberalismo, o algo parecido, que apela e interpela a los liberales, pero también a los conservadores, pero también a los grises, se mete por las grietas y tiene todas las caras, o ninguna, que es lo mismo, y tanto afuera como adentro el mundo parece partirse en dos: surge Trump, surge Bolsonaro, surge Le Pen, surge Macri, surge, explota, y sobreexplota el feminismo, ahora todo blanco o negro o no, y punto. Y a la vez, el consumo más perverso, todo lo imaginable es verdad, y si es verdad, lo podés comprar, y ya no bastaba con Internet que ahora tenemos la Deep Web, y lo que es para poco al alcance de todos.

Y la línea que separa lo profundo de la superficie, lo oscuro de lo claro, fue difumándose, y todavía no nos dábamos cuenta porque queríamos seguir bailando, en un estado de coma volátil, y de pronto las risas, los sueños, ya no eran utopías, sino caos, y ahora los niños no quieren ser Superman, quieren ser Batman, aún, quieren ser Joker, Le Mat, los niños quieren ser niños, reír, jugar, crear, y romper también, y romper para crear, y destruir para crear, todo bufón, todo Trickster, y volvemos a Luis, que frente a todo esto me quiere hablar de la melancólica decadencia del jazz, y el bar y el whisky y la prostituta, pero Luis, pobre Luis, no se da cuenta que el mundo, y quienes lo mueven aunque no lo sepan, los niños, ya no quieren jazz, ni quieren rock, ni quieren rap, ni trap, los niños quieren fuego, porque alrededor todo es fuego. Y entonces heme yo ahí, quien anhelo el futuro en donde anhelaré el pasado, recordando mis batallas, porque el presente no me da nada, no me da pelea ni me exige darla, y me revuelco en el confort. Porque el confort atrae, ¿sabés?, seduce, te invita a quedarte, y te relajás y te desarmás, y entonces ¿para qué voy a salir?, si acá todo está tan cómodo, si me siento tan bien, pero es que ¡mierda! ya me siento mal de sentirme tan bien, no quiero más de tanto querer.

Entonces anhelo el frío, deseo la incomodidad, y estoy -estamos- más afuera que adentro, porque el mundo que en otro tiempo nos rechazaba hoy nos invita, nos hace pasar y nos sirve lo que queramos, pero así no lo quiero, ¿sabés?, así no lo quiero porque no peleo, y si no lo peleo no es mío, así que perdón mamá, gracias por todo, te amo, pero me voy, y perdón, ya sé que te estas poniendo vieja, que papá no está, y que otro hombre no sé, pero me voy, porque soy yo y soy solo una vez, y que no es mi culpa que mis hermanos ya no estén, pero estén, pero es que soy distinto, a mí no me bastan las estrellas de mentira, ¿sabés?, yo quiero mandarte esa carta desde Las Tres Marías. Pero, ey, no, no tengas miedo, no quiero morir, no, quiero vivir. Quiero vivir para que mi muerte valga la pena, porque si no ¿qué es? ¿qué vale?, la opulencia, el placer, el confort, el vino, la noche, la fiesta; todas las veces que salí buscando el frío porque sabía que al terminar de la noche me esperaba tu calor, tu techo y cobijo… pero hoy, nada mío acá, así que perdón, y culpalo a Siddharta, o a Hesse, qué se yo, ¡culpalo a papá!, que se murió, y no lo veo, y ahora quiero ver lo invisible para verlo, pero no me culpés a mí que ya me cansé de cargar con culpas, las tuyas y las del mundo, porque esta vez la culpa de que esto esté así es de todos ustedes, de vos mamá, de vos papá, tuya, hermano mío, hermano querido, que nunca hiciste nada porque no sé, porque no, y tuya abuela querida, que el mundo te pasó por encima rápido, tan rápido que no te diste cuenta.

Y vos que me leés, no pensés que me estoy desahogando de mi familia, y plasmando mis frustraciones en símbolos alguno irá a interpretar o no, no, porque mi mamá no es mi mamá, y mi papá, no es mi papá, y mi hermano y mi abuela no son tales, son todos los hermanos, todas las abuelas; son los tuyos, y los tuyos son los míos, y así con cada cual, segundos, terceros, cuartos y quintos, los que quieras. Pero tampoco me quedo con la culpa, no, porque qué es de un hombre que señala con el dedo, que todo lo que hace es para afuera de sí, y no, ahora hay que hacerse cargo, hay que ponerse los pantalones y salir a morir, a morir por mamá, papá y la concha de su madre. Y ojo, eh, no me quejo, lo hago feliz, porque sé que voy a morir viviendo, y no dejándome serestar en este circo gris y decadente que me regalan, que regalan porque nadie lo quiere en verdad, pero es más fácil agarrar la entrada y buscar el asiento que salir y ver qué hacer con uno mismo, ¿o no que sí?.

Y acaso Spinetta ya sabía lo que deparaba de las historia de sus congéneres cuando compuso Las Golondrinas de Plaza de Mayo, acaso sin saberlo -concientemente- Luis Alberto hizo el himno de las Madres de Plaza de Mayo, madres que en ese entonces no eran de Plaza de Mayo, solo madres, y lo digo como si fuera poco, pero ninguno de entre todos los presentes puede decir que así lo pienso, porque todos aquí sabemos lo que es una madre. ¿Y cuándo no es así?. ¿Cuándo la historia no probó ser simplemente el explaye de lo expuesto en un principio? De ser así, y estoy seguro que lo es -lo intuyo y con eso me basta, es más verdad que cualesquiera me hayan dado de fuera-, ¿cuál es la oración de nuestra era? ¿Cuáles sencillas y simples palabras mutarán a libros de historia?. El árbol ya contenido está dentro de la semilla, entonces me pregunto cómo luce la semilla, porque esta vez no se nos puede pasar por alto, porque una más no sé si aguanta, no sé si aguantamos, y tengo miedo, y no por mí, o por vos, sino por él, míralo, tan inocente mientras duerme, y quiero que siga soñando felicidad, y si para que el sueñe yo tengo que morir, que venga la bala, que no le tengo miedo, no, ya no más temor, señor.