Como en un encendedor gastado que solo brinda chispazos, el
tiempo, la noche, el café, un cigarrillo que descansa y vuelve a incinerar, un
saxo que suena por un pulmón que emite un grave y tenue sonido, componen ese gas
que intenta dar una última llama más.
Pensamiento. Sensación.
Dos viejos amigos que por más que intenten no pueden mirarse a los ojos. Muchas
cosas pasaron.
La luna y el sol
discutiendo por ser el dueño de un alma que buscó entender, y que comprendió, o
acaso sintió, lo falso de todo eso. ¿Ilusión? No, más que eso. ¿Realidad? Una
carcajada.
Y un poeta que se
encuentra parado en el medio de dos caminos, de dos lados, de dos formas.
Izquierda, derecha; atrás, adelante; entender, sentir. Vivir.
Su taza de café
lentamente se fue vaciando. Sin saber si estaba despierto o más dormido que
antes, tragó otro sorbo, y otro, y otro. El último parecía nunca llegar, o quizá
haya sido él quien no quería llegar.
Pero siempre se llega.
Un suceso conduce a
otro siguiente, que le sucede, y éste sucede a otro. Uno, dos, tres. Uno y
tres. Lejanía, pero siempre hay un hilo. Sin titiritero y sin ser marioneta, se
siente conducido.
Y la taza vacía al fin.
Comienzo y final,
también lo han llamado alfa y omega. Una botella de un vino barato, de llena a
vacía. Lo que comienza, termina, y si termina, alguna vez empezó. Lo real que
tantos han buscado escapa la temporalidad, escapa a la presencia, escapa a la
conciencia de saber que existe, o no.
Arte o matemática.
Uno más uno, siempre fue dos. Un cuadro puede que sea una ventana, quizá un
espejo. Axioma. Yo. El ego que no entiende si para saber tiene que morir o
agigantarse.
Filosofía barata y
noctámbula. En fin…