Se está haciendo
rutina hablarnos desde el silencio, querernos en la distancia. Pero te vas
caminando hacia Rodríguez Peña, mientras te observo a lo lejos sin mirarte, y
cada paso tuyo te va alejando de mí, cruzando la avenida Callao, la misma de
todos los días, que solía pertenecerme en cada metro, centímetro, pared y
vereda, y sin embargo ahora te pertenece, por lo que ahora me escondo donde no
pisas, y cada luz en el piso se apaga cuando yo paso, y las baldosas me abrazan
cuando vuelvo a casa, ese pasaje descolorido por la nostalgia, con el sonido de
las guitarras que ya no están aún retumbando en mi cabeza, las luces de los
patrulleros siguiendo atentamente con su mirada mi caminar, y vos yéndote hacia
Rodríguez Peña, y yo ahí, despojado de mí mismo, observo el Mordisquito (que a
mí no me la vas a contar), y se va, luego el Picadero, los arboles pelados por
el otoño y el crujir de las secas hojas, y también se va, y lentamente llego al final
de mi triángulo, la voz de mi pensamiento se calla al escuchar el vigor
mecanizado de los autos en la avenida que no duerme, y me mimetizo en esas noches
en la que mi voz no se calla y soy yo el que no duerme cuando Corrientes
descansa, hasta que llego al punto donde empieza y donde termina mi triángulo
de un solo cateto, el otro es tuyo de un tiempo a esta parte, y para siempre. Y
cuando llegas a Rodríguez Peña no te vuelvo a ver…