jueves, 13 de septiembre de 2012

Diluvia

Durante la mañana, llovió, llovió como casi nunca desde hace ya casi un año. Llovían penas, fracasos, impotencia, lágrimas.
Caminaba, corría, intentaba escapar de aquella tormenta, pero las nubes parecían no tener fin, como si fuesen infinitas, casi tanto como aquella lluvia. Buscó mil y una maneras de liberarse, pero aquella lluvia, estaba también en su interior.
Cayó la tarde, y luego, la noche. Esa noche la lluvia frenó, el dolor no se sintió, las nubes se diluían. Sus movimientos, lentos, como si los viera antes de hacerlos.
Una sonrisa llenó su boca, y se sintió libre. Cual animal silvestre, se guiaba por instinto.
Sin embargo, en lo profundo sabía que algo estaba mal, presentía, sabía que la próxima mañana iba a volver a llover, y que la tarde no la iba a frenar. Tuvo esperanzas en que la próxima noche, volviera a ser libre.

Y cerró los ojos, y soñó…

La vida

La vida cotidiana no lo contenta, no lo tiene a gusto, no lo llena, no la vive.
Se siente sólo, alejado, rechazado. Sus prójimos alimentan esa idea, sin intención quizás. Y él no puede evitar sentirse así, siempre segundo, siempre relegado. Y aunque intenta sentirse feliz, no tiene éxito.
Extraña, extraña la vida que nunca tuvo, cómo cualquier miserable.
Sin embargo piensa: “¿No exagero? ¿Realmente son así las cosas?”
Sus amigos, su familia, la música, la lectura, y paradójicamente el amor. Esas cosas son las que lo hicieron pensar, y volver pensar, y pensar, hasta que le estalló la cabeza.


Porque la vida no se piensa, se vive.